domingo, 23 de marzo de 2008

Conyugalia: La desconfianza

LA DESCONFIANZA

Este elemento puede minar las bases del matrimonio.

Aquilino Polaino-Lorente; en http://www.hacerfamilia.net [Revista Nº 53]


El lado humano de la desconfianza

La desconfianza admite muchos grados, por lo que no podemos hablar de ella en términos de "todo o nada". Hay numerosos contenidos -acaso demasiados en la vida conyugal- que, sin duda alguna, pueden ser objeto de desconfianza.

Así, por ejemplo, una esposa puede desconfiar de su marido, en lo que respecta al tema afectivo -especialmente, en lo que se refiere al modo como éste le comunica sus sentimientos-, y ser muy confiada, en cambio, en lo relativo al uso del dinero.

Un esposo, en cambio, puede confiar en su mujer en todo lo relativo a los temas profesionales y, tal vez, ser un poquito desconfiado o suspicaz en lo que se refiere al ámbito sentimental y, en consecuencia, no abrirse por completo a ella, "no sea que -eso piensa él- al manifestarle todo lo que se acuna en su corazón, su mujer le tenga todavía más controlado".

Recordemos, en este punto, lo que manifestaba aquel esposo en una sesión de terapia:

-"¿Decirle un marido a su mujer todo lo que siente por ella...? Eso nunca, jamás. Mire usted: entrega sí; entreguismos no".

Actitudes como esta, a la que se acaba de hacer referencia, suelen comenzar ya en el noviazgo y, luego, no hay quién las cambie. Acaso porque se consolidan y llegan a formar parte de ese "humus" cultural y ancestral que, inadvertidamente, constituyen un poso, consistente y estable, en la intimidad de la persona.

Desconfianza y satisfacción conyugal

En principio, las mutuas suspicacias y/o desconfianzas no constituyen manifestaciones estrictamente psicopatológicas, sino que más bien son los efectos, las consecuencias que debieran ser atribuidas a ciertas variables actitudinales, disposicionales, de la educación, etcétera.

Sería conveniente por eso que, a propósito de la desconfianza, distinguiéramos entre sus diversos contenidos. No tiene la misma incidencia en la satisfacción de la pareja el que uno o ambos cónyuges desconfíe del otro en temas de tipo político, religioso, afectivo o en lo que respecta a sus fidelidades respectivas y/o la educación de los hijos.

En el fondo, las actitudes de desconfianza son tan antiguas como el mismo hombre. Si, por ejemplo, estudiáramos las relaciones entre el hombre y Dios, en lo que atañe a la confianza, se observaría que prácticamente todos los hombres han sido, son y serán más o menos desconfiados con respecto a Dios. Por eso es relativamente comprensible la desconfianza conyugal, con independencia de que sea muy intenso y radical el amor que une a los cónyuges.

Es muy conveniente -también aquí-, no escandalizarse de nada, ni siquiera cuando la desconfianza emerge, se pone de manifiesto, y amenaza con anegar la fluidez, espontaneidad y naturalidad de las relaciones conyugales. Así es la condición humana.

Pero es muy conveniente dilucidar, entonces, si la desconfianza es normal o patológica, si afecta o no al núcleo mismo del compromiso conyugal, si está relativamente puesta en razón o no, si puede atenuarse a través de algún sencillo procedimiento. Es decir, hay que ocuparse de la desconfianza, antes de que ésta se mude en suspicacia, recelo o/y resentimiento.

De la desconfianza a la incomunicación

La desconfianza genera incomunicación. ¿Por qué? Porque aquello en que la confianza se restringe o limita no se participa ni comunica al otro. Lo que no se ha comunicado deviene luego en un "secreto", en una barrera que diferencia y separa, algo en lo que, obviamente, se discrepa con harta probabilidad. Lo que sirve a la discrepancia, contribuye a la desunión.

En cuanto aparece la desconfianza respecto de ciertos temas, suele rehusarse hablar de ellos. De este modo, hay conversaciones que a toda costa se escamotearán y evitarán. Todo lo cual incomunica, separa, desune y aisla.

Terapia conyugal de la desconfianza

Ante la desconfianza conyugal, hay que ser muy prudentes. Hay psicoterapeutas, muy intervencionistas, que apenas identifican una "bolsa" de desconfianza entre los cónyuges, por medio de su palabra, entran en ella como una perforadora, y tal vez acaben por destrozar ese matrimonio, hasta ese momento compensado aunque un tanto maltrecho.

Si no se actúa con mucha prudencia -tanteando, volviendo atrás, corrigiendo, cambiando, animando, abriendo nuevas expectativas y posibilidades-, el afrontamiento terapéutico de la desconfianza puede arruinar de forma definitiva, las relaciones conyugales.

Así, por ejemplo, que un tercero -el terapeuta- descubra a un marido que su mujer desconfía de él en lo económico, tal vez condicione el que éste monte en cólera y le retire su confianza en otros numerosos ámbitos de sus relaciones.

De otro lado, puede pensar que se ha producido una nueva alianza entre su mujer y el terapeuta: una alianza contra él. Por lo que se dedicará a sabotear las siguientes sesiones de psicoterapia y, al fin, ésta no servirá para nada. Más probable todavía es que el esposo no comparezca nunca más en la consulta. Por todo ello, hay que ser muy cautos aunque, cuanto mayor sea la confianza entre los cónyuges, tanto mejor.

Esto último, obviamente, no es fácil. Hay numerosas y diversas circunstancias que explican las naturales dificultades que encuentran los cónyuges para comunicarse y compartir sus vidas en un contexto presidido por la confianza. Entre ellas, porque no todos se conocen a sí mismos como debieran -y si no se tienen a ellos mismos por el conocimiento personal, no se podrán dar al otro-; porque no siempre el cónyuge sabe lo que el otro quiere -y, en consecuencia, no acierta a comunicarse con él, tal y como el otro desea-; y, por último, porque cada persona dispone de tal riqueza en su interioridad, que no toda ella es comunicable y compartible. Es decir, no disponemos del vocabulario, que sería necesario, para trasladarla al otro, en toda su prístina singularidad.

Esto no debiera causar extrañezas en el otro y, mucho menos, generar en él una cierta desconfianza. Es menester admitir -también aquí, en las relaciones conyugales- el misterio que caracteriza a la condición humana.

La prevención de la desconfianza en la comunicación conyugal

La desconfianza entre los cónyuges, qué duda cabe, puede también prevenirse. Aunque es muy conveniente identificar la causa de ella, esto no siempre es posible.

Así, por ejemplo, hay personas que sin estar enfermas, les cuesta mucho abrir su intimidad a los otros, por lo que reciben más que dan. Hasta cierto punto, podría etiquetárseles de "tomantes". Son personas que parecen estar siempre dispuestas a acoger la donación de la otra persona -cosa que aceptan de muy buen grado-, sin que apenas correspondan a ella.

En otros, su dificultad reside más bien en el estilo de educación familiar recibido. En su familia de origen no solían expresarse las emociones como hubiera sido debido y, en consecuencia, la comunicación entre ellos fue muy pobre. De aquí que ahora les cueste un especial esfuerzo comunicarse, no sepan cómo hacerlo y se azoren cuando se les hace notar sus dificultades y prolongados silencios.

Hay personas en las que la dificultad que experimentan para confiar en los demás esta entroncada en el modo cómo llevaron a cabo las primeras relaciones (el apego) con sus padres. Si éstos, por ejemplo, no confiaron en ellas ni les afirmaron en su autoestima los valores de que realmente disponían-, sino que, por el contrario, sólo les descalificaron y etiquetaron de acuerdo con los contenidos de sus defectos, es lógico que luego desconfíen de los demás.

La confiabilidad o desconfianza en los demás también tiene mucho que ver con el tipo de temperamento y el modo de ser. Esto es lo que sucede, por ejemplo, con las personas introvertidas, a las que tanto les cuesta desvelar su intimidad a no ser de forma muy excepcional con las personas en quienes confían. Pero ello, en modo alguno significa que no dispongan de profundas e intensas vivencias afectivas que, de darse en otra manera de ser, de seguro compartirían con los otros.

En otras personas, la desconfianza tiene su origen en el cálculo. Las personas calculadoras se comportan según el viejo principio romano de do ut des, "doy para que me den". Y si no le dan, ellas no se dan. En ellas la confianza es apenas el resultado de un laborioso y prolongado proceso de cálculo económico. Por eso tampoco saben amar o, por mejor decir, su amor es un amor matemático, un amor estadístico.

Cómo crece la confianza

En las líneas que siguen se sugieren algunos modos de comportamiento que pueden contribuir a aliviar estas graves amenazas a la comunicación conyugal:

La confianza con una persona no se adquiere de una vez por todas y para siempre. De ordinario, emerge según un proceso gradual, de menos a más. Por eso, es muy conveniente que entre los cónyuges haya un mínimo de comunicación, sin la que aquella es imposible.

La interioridad no se traslada, en apenas un instante y en toda su plenitud, de una a otra persona. La transferencia de un cónyuge a otro, de los contenidos que atañen a la intimidad, está amasada de pequeñas noticias, de anécdotas, pequeñeces, ilusiones, etcétera, que, más tarde se paladean y rememoran y, sobre todo, incrementan la confianza que presidirá el próximo encuentro entre ellos.

Gran parte de lo que se comunica, se comparte. Compartir es ya un buen procedimiento para aumentar la con-fianza entre los cónyuges. De igual modo, lo que no se comparte aumenta la suspicacia y el recelo.

El tejerse y destejerse de la comunicación conyugal está hecho de pequeñas y grandes confidencias, cual-quiera que fuere el contenido de éstas. Lo que en verdad aumentará la con-fianza entre ellos es esa especial facilidad para poner en común lo que de forma espontánea tenderían a reservarse cada uno para sí.

Esto en modo alguno quiere decir que, en contadas ocasiones, no haya que hacer un especial esfuerzo para decir algo. Puede ocurrir esto a propósito de la manifestación al otro de uno de sus principales defectos o del último error que ha cometido; cuando hay mucha discrepancia en las opiniones sostenidas por uno y otra en un tema importante (por ejemplo, la educación de los hijos); o de algo excepcionalmente grave que ha de comunicarse (un fracaso profesional importante).

Cómo crece la desconfianza

La suspicacia conyugal se acrece, cuando uno de los cónyuges manifiesta en público sucesos de la vida en común que aunque no sean de una especial relevancia, no obstante, pertenecen a la intimidad de uno de los cónyuges o a las relaciones habidas entre ellos.

De igual modo, la desconfianza se incrementa cuando, por ejemplo, uno de los cónyuges comenta algo al otro y le pide la natural discreción que esa información exige. Y, acaso unos días mas tarde, los contenidos comunicados son desvelados por quien, precisamente, debía haberlos custodiado.

La confianza fundamenta la cohesión familiar y vigoriza la unidad conyugal. Sin confianza no puede darse la unión entre los cónyuges y sin ésta el diálogo esponsal se desvirtúa.

No es verdad aquello que dice el refrán castellano de que "allí donde hay confianza, da asco". Y, no lo es, porque allí donde no se da la confianza se formaliza la convivencia, como si marido y mujer fueran dos extraños, lo que constituye una repugnancia natural que rutiniza las relaciones familiares y que puede llegar a extinguir o abolir la convivencia entre ellos.

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