domingo, 23 de mayo de 2010

Conyugalia: Ante separaciones precoces: Cómo no perder el Norte

Ante separaciones precoces: Cómo no perder el Norte

Escrito por Luz Edwards
Martes, 10 de Noviembre de 2009

Ser felices en el matrimonio no es un derecho ni algo que ocurre por arte de magia. Aquí algunas ideas que hay que tener en claro para que se vuelva realidad el “Y fueron felices para siempre”.

“El matrimonio es un encuentro de dos almas, un abrazo de dos historias, de dos presentes” No puede haber algo más lindo y grande que eso”, dice Mercedes Larraín, consejera matrimonial de la fundación Familia Unida. Sin embargo, hoy no se habla de ese lado del matrimonio, sino de lo negativo: la pérdida de libertad, la carga económica que son los hijos, lo difícil de conciliar el trabajo con la familia, etc. “Los recién casados deben estar conscientes de estos mensajes y hacerles frente. Deben luchar por descubrir lo luminoso del matrimonio, la riqueza infinita que significa unirse a otro para compartir la vida”, dice Mercedes.

Esta búsqueda de lo bello del matrimonio no puede acabarse una vez casados. Hombre y mujer deben ser conscientes de que el matrimonio no es la meta final del pololeo, sino un paso más en el proceso de crecimiento en conjunto, conocimiento y aceptación del otro.

Cortar el cordón umbilical

El matrimonio en cada época ha tenido “enemigos”. Hoy en día, también, y conocerlos es el primer paso para vencer. Uno, es la inmadurez con que se presentan muchos esposos al altar. Son personas que llegaron a la edad adulta sin haber conquistado el principal desafío de la adolescencia, que es independizarse afectiva y económicamente de los padres. Entonces, llegado el fin de semana, él o ella quiere estar todo el día en la casa de los papás o no puede tomar decisiones con las cuales sus padres no estén de acuerdo.

Al respecto, la consejera de Familia Unida da algunos consejos: recordar que en el matrimonio sólo bastan dos miradas, la del marido y de la mujer; hablar con esos padres y decirles de manera cariñosa, pero directa, que les permitan ser una pareja independiente; y no ser cómodos: muchas veces este seguir pegados a los papás se debe a un miedo a estar solos como matrimonio.
Que lo mío no atente contra lo nuestro

Otro “enemigo” es la visión equivocada de conceptos como la vida propia y el desarrollarse como persona. Es importante que cada uno tenga un proyecto personal, actividades independientes del otro que lo motiven. Pero esto jamás puede ir en contra del proyecto común o de la felicidad del otro cónyuge.

Entonces, el trabajo, los deportes, las juntas con los amigos...: hay que conversar cuánto y en qué momentos, llegar a acuerdos para que la vida propia de cada uno enriquezca el matrimonio y no lo ponga en riesgo. Estas conversaciones deben ser muy sinceras y confiando en que el otro va a saber entender.

En Familia Unida les tocan muchos casos donde la mujer o el marido se comportan de una manera determinada no por mala voluntad, sino porque nunca nadie les había dicho que las cosas podían ser de otro modo o que con esa actitud podían hacer sufrir a la persona que aman.

Con apertura deben también ir moldeando un proyecto común, que ojalá haya comenzado a delinearse en la época del noviazgo. ¿Qué se espera del matrimonio? ¿Qué tipo de padres se quiere llegar a ser? ¿Qué ambiente se buscará que exista dentro del hogar? ¿Qué espera cada uno del otro? Son respuestas que hay que conversar y que irán tejiendo un mundo de los dos. Esto es algo que debe hacerse de manera consciente, pues si no se corre el riesgo de seguir siendo dos solteros, pero bajo un mismo techo, que se encuentran como amantes, pero no como compañeros de vida. Marido y mujer deben verse a sí mismos como un equipo en el que los dos son titulares. Ninguno es suplente.

¡Paciencia!

Un tercer aspecto propio de los tiempos actuales que hay que saber controlar es el racionalismo y el culto a la instantaneidad. “Hoy vemos todo como causa y efecto. De esa manera tratamos de explicar lo que pasa y de controlar lo que viene. Pero en el matrimonio no todo es lineal y, pretender que lo sea, es negarse a lo natural, a lo espontáneo”, dice Mercedes Larraín.

El primer gran ejemplo de esto es que no por casarse se va a ser obligatoriamente feliz. Al llegar al altar no se conquista un pretendido derecho a la felicidad, sino el compromiso de hacer feliz al otro. Y si se logra ser feliz, lo más probable es que sea a través de un matrimonio muy distinto al planeado en la mente de cada uno de los esposos. Entonces, en vez de preocuparse de qué hacer para que todo salga bien, cada matrimonio debe enfocarse a encontrar su propia forma de amarse y de estar en este mundo. No hay felicidad posible si se piensa en el bien propio. El egoísmo y el amor son incompatibles. La vivencia de ese proceso es el que día a día les dará felicidad y la calma para esperar los resultados.

Saber que se puede

“Tienes que estar seguro de que tu matrimonio puede ser una aventura apasionante. Tienes que estar seguro de que tú y él, tú y ella, ¡así como sois!, podéis vivirla “ ¿Qué va a poder contigo el ambiente si te decides a dar tu propio estilo allí donde te encuentras”, dice el orientador Antonio Vázquez al comienzo de su libro “Matrimonio para un tiempo nuevo”.

Mercedes Larraín piensa en la misma línea: para ella, quien quiera tener un matrimonio feliz, lo tendrá. Y asegura que, a pesar del culto a lo desechable que ronda en la sociedad, el ser humano sigue siendo el mismo y, como siempre, tiende a la belleza, la bondad y la verdad. Más aún: el verdadero amor quiere ser eterno. “El mundo está lleno de cosas feas y uno se acostumbra a eso. Pero cuando vemos una flor, nos emocionamos y sabemos distinguir su belleza. Lo mismo pasa con el matrimonio. Encontrar a un compañero de vida y estar con él para siempre es una ilusión que el hombre lleva impresa en su corazón”, asegura Mercedes.

Primer requisito

El camino del matrimonio comienza por conocerse a uno mismo y reconocer las propias falencias. El egoísmo, el mal carácter o la inmadurez no son determinantes de un matrimonio infeliz, pero sí aspectos que es necesario mejorar. Para ello es necesaria mucha humildad y, en algunos casos, la ayuda de un tercero.

Foccus:

Los temas que hay que conversar ANTES DE

¿Cómo hacer feliz a alguien que no se conoce? La respuesta es obvia: IMPOSIBLE. Para ayudar a los matrimonios en esta tarea hace unos años se creó en Estados Unidos el cuestionario FOCCUS, Facilitating Open Couple Communication, Understanding and Study. Son 156 preguntas que cada novio responde por separado. Los resultados se analizan con la ayuda de una persona capacitada que los ayudará a distinguir posibles conflictos y soluciones.

FOCCUS en ningún caso es un predictor del éxito o fracaso del matrimonio. Sólo propicia una instancia donde se conversen temas que debieran haberse tratado de forma natural. Por ejemplo: Metas de la vida matrimonial. Intereses y amistades. Cómo resolver problemas. Religión y valores. Administración de finanzas.

FOCCUS es utilizado en muchos países del mundo por quienes preparan a matrimonios católicos y también de otras religiones. En Chile, ha sido implementado por la fundación Familia Unida. Más información en www.familiaunida.cl

Manos a la obra

Sabiendo que se puede tener un matrimonio feliz, algunos consejos:

* ¿Mi cónyuge es feliz? Hacerse esta pregunta permite recordar que el foco está en el otro y ayuda a reconocer a tiempo los aspectos en que puede mejorar la relación.

* No angustiarse ni paralizarse cuando hay problemas, sino buscar las herramientas que todo matrimonio posee para resolverlos.

* Es clave “hacerse querible", es decir, facilitar al otro para que te pueda querer más y mejor.

* Vivir el matrimonio de forma asertiva y no a la defensiva. Las mujeres, sobre todo, tienden a desconfiar o a dar segundas lecturas melodramáticas. Es necesario ser sincero sin atacar al otro y sin miedo.

* A mayor confianza en el matrimonio, mayor debe ser el respeto y la valoración de la entrega del otro. Para eso hay que renovar cada día la elección del otro como la persona más importante del mundo.

* No sentirse culpable por no gustar de TODAS las características del otro.

* Usar la inteligencia no sólo en el trabajo, sino también en la casa. Con ella se distingue lo malo de lo bueno, la manera correcta de actuar.

* Cada uno debe intentar sacar lo mejor del otro, pero respetando su esencia y su derecho a ser él mismo.

miércoles, 19 de mayo de 2010

Conyugalia: La felicidad en el matrimonio I

La felicidad en el matrimonio (I).

Escrito por Magdalena Subercaseaux

Jueves, 15 de Abril de 2010 13:24

Entrevista realizada a Tomás Melendo por José Pedro González Alcón y María Mercedes Álvarez Pérez para el programa de radio "Con las zapatillas puestas". El Prof. Melendo Granados es Catedrático de Filosofía (Metafísica), Director Académico de los Estudios Universitarios sobre la Familia, Universidad de Málaga (UMA), España.

¿Hay parejas que se quieren, pero que dudan si casarse o iniciar una convivencia juntos. ¿Hay alguna diferencia?

T. Melendo: Pienso que la diferencia es abismal. Aunque entiendo que a veces no sea fácil captarla porque, culturalmente, el matrimonio se encuentra hoy vaciado de contenido. Lo han conseguidos las leyes y los usos sociales. No me refiero solo a que en muchos países se encuentre fiscalmente desprotegido o a las consecuencias económicas del divorcio, sin duda más gravosas que las de la separación tras una simple convivencia. Aludo, sobre todo, a que la posibilidad legal de divorciarse elimina la seguridad de que se luchará por mantener el vínculo; la aceptación social y jurídica de «aventuras» extramatrimoniales, que incluso se llegan a considerar como algo «simpático», suprimen la exigencia de fidelidad; y la difusión de contraceptivos quita importancia a los hijos.

Entonces, ¿qué queda de la grandeza y belleza del matrimonio?, ¿para qué casarse? Muchos sostienen, a la vista de todo ello, que lo importante es que nos queramos? y es verdad. Pero precisamente aquí es donde hay que profundizar. Porque para poderse querer bien, a fondo, con auténticas perspectivas de éxito, hay que estar casados.

Esto puede asombrar, pero no es tan extraño. En todos los ámbitos de la vida humana hay que aprender y capacitarse. ¿Por qué no en el del amor? Jacinto Benavente afirmaba que «el amor tiene que ir a la escuela». Y es cierto. Para poder amar hay que aprender y ejercitarse, hacer actos notables de amor: igual que, por ejemplo, hay que templar los músculos para ser un buen atleta.

Pues bien, la boda habilita para amar de una manera real, efectiva, muy superior, insuperable. El matrimonio no se acaba de entender bien: se lo contempla como una ceremonia, un contrato, un compromiso? Y no es que todo ello sea falso, pero sí un tanto pobre. La boda es, en su esencia, un acto libérrimo de amor. El sí es un acto profundísimo, inigualable, único, por el que me entrego plenamente a otra persona y nos decidimos a amarnos de por vida. Es amor de amores: amor sublime que permite amar. Ese acto tan impresionante me pone en condiciones de amar bien: fortalece mi voluntad y la faculta para amar a otro nivel, me sitúa en otra esfera. Si no me caso, sin ese acto radical de amor, estoy incapacitado ?aunque yo no lo advierta? para amar de veras a mi cónyuge, como quien no se entrena o no aprende un idioma, por más que lo desee, no puede sobresalir en un deporte o hablar esa lengua con fluidez.

No puedo detenerme más, pero vale la pena pensar sobre todo ello.

¿Existen implicaciones psicológicas que aconsejen el matrimonio sobre la simple convivencia?

T Melendo: También, y muy claras. El ser humano sólo es feliz cuando lleva a cabo algo grande, algo que merezca ser realizado. Y lo más impresionante que un hombre o una mujer pueden hacer es amar. Vale la pena dedicar toda la vida a amar y a amar cada vez mejor y más intensamente. En realidad, es lo único que vale la pena: todo lo demás, todo, debería ser tan sólo un medio para amar mejor.

Cuando me caso, establezco las condiciones adecuadas para dedicarme a la tarea de amar. Si simplemente vivimos juntos, todo el esfuerzo tendré que dirigirlo, aunque no sea consciente de ello, a «defender las posiciones» alcanzadas, a no «perder lo ganado».

El problema más grave, y el que origina los demás problemas, es entonces la inseguridad: la relación puede romperse en cualquier momento; no tengo certeza de que el otro se va a empeñar seriamente en quererme y superar las dificultades: ¿por qué habría de hacerlo yo?; no puedo bajar la guardia, mostrarme de verdad como soy? no sea que mi pareja advierta defectos que no le gustan y considere que es preferible no seguir adelante; ante los obstáculos y contrariedades que necesariamente surgirán, la tentación de abandonar el empeño está muy cerca, puesto que nada lo impide?

En resumen, la simple convivencia sin entrega definitiva crea un clima en el que la finalidad fundamental y entusiasmante del matrimonio, hacer crecer y madurar el amor y, con él, la felicidad, resulta muy comprometida.

"El amor es lo importante, no los papeles". ¿Qué hay de verdad en esta aseveración?

Mucho, muchísimo, incluso me atrevería a decir que todo. El amor es efectivamente lo importante. No hay que tener miedo a esta idea. Pero ya he explicado que no puede haber amor cabal sin mutua entrega, sin casarse. Los papeles, el reconocimiento social, no son de ningún modo lo importante, pero resultan imprescindibles. ¿Por qué?

Desde el punto de vista social, porque mi matrimonio tiene repercusiones civiles claras: la familia es ¡debería ser! la clave del ordenamiento jurídico y el fundamento de la salud y el correcto desarrollo de una sociedad: resulta imprescindible, por tanto, que se sepa que otra persona y yo hemos decidido cambiar de estado y constituir una familia. No somos versos sueltos, seres aislados; mónades cerradas, sin puertas ni ventanas, que diríamos los filósofos.

Pero, sobre todo, la dimensión pública del matrimonio. Ceremonia religiosa y civil, fiesta con familiares y amigos, participaciones del acontecimiento, anuncio en los medios si es el caso, etc. derivan de la enorme relevancia que lo que están llevando a cabo tiene para los cónyuges: si eso va a cambiar radicalmente mi vida para mejor, si me va a permitir algo que es una auténtica y extraordinaria aventura, me gustará que quede constancia: igual que anuncio con bombo y platillo las restantes buenas noticias.

Igual, no. Mucho más, porque no hay nada comparable a casarse: me pone en una situación inmejorable para crecer personalmente, para ser mejor persona y alcanzar así la felicidad, al tiempo y en la medida en que se la procuro a mi cónyuge.

domingo, 2 de mayo de 2010

Conyugalia: Sexo: lo que no exige el guión de cine

“Sexo: lo que no exige el guión de cine”

reportaje de ana sanchez de la nieta / www.aceprensa.com /

lunes 19 de abril de 2010

Hace unos días saltaba a los medios una noticia curiosa. La cadena americana ABC había echado a un actor por negarse a rodar escenas de sexo. El actor es Neal McDonough, 44 años, bastante conocido por sus apariciones en películas como Minority Report o Banderas de nuestros padres, y por series de TV como Hermanos de sangre o Mujeres desesperadas. Acababa de empezar el rodaje de Scoundrels, una nueva serie de la ABC, y se negó a interpretar una escena de sexo explícito con Virginia Madsen. La cadena decidió sustituirle por otro actor.


La noticia ha dado pie a un sinfín de comentarios y explicaciones. Los medios han publicado que la razón de la negativa es que McDonough es católico, con firmes creencias religiosas y tienen mujer y tres niños pequeños. Por eso se niega a interpretar este tipo de escenas.


En los medios digitales –los más dados a este tipo de debates– miles de internautas han apoyado masivamente la decisión del actor. A juzgar por los comentarios a esta noticia, abrumadoramente positivos, se deduce que la coherencia sigue siendo un valor en alza. Son mayoría las personas que alaban la decisión de McDonough y elogian que una persona sea capaz de perder un millón de dólares (que es lo que ha dejado de cobrar) por actuar en conciencia y por respeto a su mujer y a su familia.


Los que critican la decisión del actor –además de la cadena, claro– lo hacen señalando que no ha tenido los mismos inconveniente al interpretar papeles violentos.


Sexo y violencia, muy diferentes

Además del lógico sentido común –presente en muchos de los comentarios de estas webs, como el de la mujer que señalaba que, si su marido fuera actor, prefería mil veces verle disparando que en la cama con otra mujer–, en este punto, viene bien releer al crítico francés André Bazin, mentor de Truffaut y Rohmer, inspirador de la Nouvelle Vague e impulsor de la revista Cahiers du cinema. Bazin explica en su célebre libro Qué es el cine como la representación del sexo y la violencia son absolutamente diferentes.


Bazin afirma que la gran diferencia es que las escenas de violencia se representan mientras que las sexuales, en cierto modo, se viven. “Si se muestra en la pantalla un hombre y una mujer con un vestido y postura tales que sea inverosímil que al menos un comienzo de consumación sexual no haya acompañado a la acción, yo tendría derecho a exigir en un film policiaco que se mate verdaderamente a la víctima o al menos que se la hiera más o menos gravemente. Y esta hipótesis no tiene nada de absurdo, porque no hace mucho que el asesinato ha dejado de ser espectáculo, para los romanos, los mortales juegos de circo eran el equivalente a una orgía”.


Bazin señala como –a diferencia de otras artes representativas, como la pintura– “en el cine a la mujer incluso desnuda se la puede desear expresamente y acariciarla realmente y, sin embargo, si queremos permanecer en el nivel del arte debemos mantenernos en lo imaginario. Debemos poder considerar lo que pasa en la pantalla como un relato que no llega jamás al plano de la realidad, o en caso contrario, me hago cómplice diferido de un acto, o al menos una emoción, cuya realización exige intimidad. Lo que significa que el cine puede decir todo pero no puede mostrarlo todo. Se puede hablar de todo tipo de conductas sexuales pero con la condición de recurrir a las posibilidades de abstracción del lenguaje cinematográfico, de manera que la imagen no adquiera jamás un valor documental”.


Desde esta perspectiva, se entiende que haya directores que se nieguen a incluir escenas de sexo en sus películas y prefieran recurrir a la elipsis. El realizador finlandés Ali Kaurismäki, lo explica con elocuencia. En sus cintas, muy oscuras en ocasiones, retrata la vida de prostitutas o amantes pero nunca muestra sexo en las pantallas. “Cuando veo una película y llega la escena de sexo me siento siempre muy violento, y también el público, creo. Son situaciones privadas y me siento un voyeur. Todas esas secuencias parecen siempre la misma; pienso que en Hollywood tienen un stock al que acuden”.


Y el español Patxi Amezcua, preguntado recientemente sobre por qué en su película 25 kilates había poco sexo y palabrotas, comentaba que “no hace falta decir “hijo de puta” para que se note que el personaje está enfadado… Y el sexo despista la mayor parte de las veces”.


Cuando fallan otros recursos

De hecho, las personas que ven mucho cine, por ejemplo, los críticos coinciden en señalar que, con excepciones, el exceso de sexo en una película puede obedecer a dos motivos: o es un reclamo publicitario para hablar de ella por escandalosa o es un modo de intentar salvar un mal guión.


La tesis de Bazin explica también como, al margen de otras cuestiones morales, muchos actores confiesan sentirse incómodos cuando ruedan estas escenas. Otros las ven necesarias para entrar en el mundo del cine –un peaje que hay que pagar– pero renuncian a ellas en cuanto tienen un cierto caché. Es el caso, por ejemplo, de Brad Pitt que, hace años manifestó que no volvería a salir desnudo. “No quiero sentirme avergonzado cuando mis hijos sean más grandes y vean mis películas”, señaló.


Y el espectador, ¿quiere el espectador medio ver sexo en la pantalla grande? A juzgar por los datos de taquilla parece más bien lo contrario. Entre las 10 películas más vistas en el 2009 solo una –Resacón en las Vegas tiene contenidos sexuales.


En definitiva, toda esta historia revela en el fondo que una de esas frases acuñadas en el mercado del cine –que el sexo vende– no es cierta y que el sexo en la pantalla tiene más inconvenientes que ventajas. Hace perder dinero a los productores y distribuidores, encasilla a los actores, incomoda al espectador, no ayuda a la creatividad de los realizadores y no convence a los críticos.


Neal Mc Dougahn, además de buen actor ha demostrado ser un tipo coherente y listo