miércoles, 19 de mayo de 2010

Conyugalia: La felicidad en el matrimonio I

La felicidad en el matrimonio (I).

Escrito por Magdalena Subercaseaux

Jueves, 15 de Abril de 2010 13:24

Entrevista realizada a Tomás Melendo por José Pedro González Alcón y María Mercedes Álvarez Pérez para el programa de radio "Con las zapatillas puestas". El Prof. Melendo Granados es Catedrático de Filosofía (Metafísica), Director Académico de los Estudios Universitarios sobre la Familia, Universidad de Málaga (UMA), España.

¿Hay parejas que se quieren, pero que dudan si casarse o iniciar una convivencia juntos. ¿Hay alguna diferencia?

T. Melendo: Pienso que la diferencia es abismal. Aunque entiendo que a veces no sea fácil captarla porque, culturalmente, el matrimonio se encuentra hoy vaciado de contenido. Lo han conseguidos las leyes y los usos sociales. No me refiero solo a que en muchos países se encuentre fiscalmente desprotegido o a las consecuencias económicas del divorcio, sin duda más gravosas que las de la separación tras una simple convivencia. Aludo, sobre todo, a que la posibilidad legal de divorciarse elimina la seguridad de que se luchará por mantener el vínculo; la aceptación social y jurídica de «aventuras» extramatrimoniales, que incluso se llegan a considerar como algo «simpático», suprimen la exigencia de fidelidad; y la difusión de contraceptivos quita importancia a los hijos.

Entonces, ¿qué queda de la grandeza y belleza del matrimonio?, ¿para qué casarse? Muchos sostienen, a la vista de todo ello, que lo importante es que nos queramos? y es verdad. Pero precisamente aquí es donde hay que profundizar. Porque para poderse querer bien, a fondo, con auténticas perspectivas de éxito, hay que estar casados.

Esto puede asombrar, pero no es tan extraño. En todos los ámbitos de la vida humana hay que aprender y capacitarse. ¿Por qué no en el del amor? Jacinto Benavente afirmaba que «el amor tiene que ir a la escuela». Y es cierto. Para poder amar hay que aprender y ejercitarse, hacer actos notables de amor: igual que, por ejemplo, hay que templar los músculos para ser un buen atleta.

Pues bien, la boda habilita para amar de una manera real, efectiva, muy superior, insuperable. El matrimonio no se acaba de entender bien: se lo contempla como una ceremonia, un contrato, un compromiso? Y no es que todo ello sea falso, pero sí un tanto pobre. La boda es, en su esencia, un acto libérrimo de amor. El sí es un acto profundísimo, inigualable, único, por el que me entrego plenamente a otra persona y nos decidimos a amarnos de por vida. Es amor de amores: amor sublime que permite amar. Ese acto tan impresionante me pone en condiciones de amar bien: fortalece mi voluntad y la faculta para amar a otro nivel, me sitúa en otra esfera. Si no me caso, sin ese acto radical de amor, estoy incapacitado ?aunque yo no lo advierta? para amar de veras a mi cónyuge, como quien no se entrena o no aprende un idioma, por más que lo desee, no puede sobresalir en un deporte o hablar esa lengua con fluidez.

No puedo detenerme más, pero vale la pena pensar sobre todo ello.

¿Existen implicaciones psicológicas que aconsejen el matrimonio sobre la simple convivencia?

T Melendo: También, y muy claras. El ser humano sólo es feliz cuando lleva a cabo algo grande, algo que merezca ser realizado. Y lo más impresionante que un hombre o una mujer pueden hacer es amar. Vale la pena dedicar toda la vida a amar y a amar cada vez mejor y más intensamente. En realidad, es lo único que vale la pena: todo lo demás, todo, debería ser tan sólo un medio para amar mejor.

Cuando me caso, establezco las condiciones adecuadas para dedicarme a la tarea de amar. Si simplemente vivimos juntos, todo el esfuerzo tendré que dirigirlo, aunque no sea consciente de ello, a «defender las posiciones» alcanzadas, a no «perder lo ganado».

El problema más grave, y el que origina los demás problemas, es entonces la inseguridad: la relación puede romperse en cualquier momento; no tengo certeza de que el otro se va a empeñar seriamente en quererme y superar las dificultades: ¿por qué habría de hacerlo yo?; no puedo bajar la guardia, mostrarme de verdad como soy? no sea que mi pareja advierta defectos que no le gustan y considere que es preferible no seguir adelante; ante los obstáculos y contrariedades que necesariamente surgirán, la tentación de abandonar el empeño está muy cerca, puesto que nada lo impide?

En resumen, la simple convivencia sin entrega definitiva crea un clima en el que la finalidad fundamental y entusiasmante del matrimonio, hacer crecer y madurar el amor y, con él, la felicidad, resulta muy comprometida.

"El amor es lo importante, no los papeles". ¿Qué hay de verdad en esta aseveración?

Mucho, muchísimo, incluso me atrevería a decir que todo. El amor es efectivamente lo importante. No hay que tener miedo a esta idea. Pero ya he explicado que no puede haber amor cabal sin mutua entrega, sin casarse. Los papeles, el reconocimiento social, no son de ningún modo lo importante, pero resultan imprescindibles. ¿Por qué?

Desde el punto de vista social, porque mi matrimonio tiene repercusiones civiles claras: la familia es ¡debería ser! la clave del ordenamiento jurídico y el fundamento de la salud y el correcto desarrollo de una sociedad: resulta imprescindible, por tanto, que se sepa que otra persona y yo hemos decidido cambiar de estado y constituir una familia. No somos versos sueltos, seres aislados; mónades cerradas, sin puertas ni ventanas, que diríamos los filósofos.

Pero, sobre todo, la dimensión pública del matrimonio. Ceremonia religiosa y civil, fiesta con familiares y amigos, participaciones del acontecimiento, anuncio en los medios si es el caso, etc. derivan de la enorme relevancia que lo que están llevando a cabo tiene para los cónyuges: si eso va a cambiar radicalmente mi vida para mejor, si me va a permitir algo que es una auténtica y extraordinaria aventura, me gustará que quede constancia: igual que anuncio con bombo y platillo las restantes buenas noticias.

Igual, no. Mucho más, porque no hay nada comparable a casarse: me pone en una situación inmejorable para crecer personalmente, para ser mejor persona y alcanzar así la felicidad, al tiempo y en la medida en que se la procuro a mi cónyuge.

1 comentario:

Hilda dijo...

Que buen artículo, sirve de base para todos los que piensan que casarse vale la pena.

Le puse un link a tu post en mi blog, espero no haya inconvenientes, me pareció genial el artículo.

Saludos. Hilda